El matrimonio de Grey by Corín Tellado

El matrimonio de Grey by Corín Tellado

autor:Corín Tellado [Tellado, Corín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1962-01-01T05:00:00+00:00


VIII

Estuvo a punto de correr tras él y decirle… ¡Cuántas cosas podía decirle! Que lo amaba, que como quiera que fuese necesitaba sentirlo junto a sí, que por caridad no buscara el consuelo en los brazos de otra mujer, que se apiadara de ella. Pero no hizo nada de eso. Gerald la habría escuchado con la odiosa sonrisa en los labios y se mofaría de ella, y ella se sentiría doblemente humillada.

Retrocedió hacia el lecho y se derrumbó en él con desaliento. Ocultó la cara entre las manos y sollozó. Nunca hasta entonces había llorado por Gerald, pero en aquel instante se daba cuenta de la lucha sicológica del hombre, aunque no sabía a qué atribuirla. Y de su propia lucha, y a la suya, si sabía calificarla.

Se durmió casi al amanecer y cuando se levantó por la mañana, creyendo hallar a Gerald en el comedor, se arregló para desayunar. Solo estaba Sandra. La dama parecía preocupada.

—Buenos días, mamá.

La besó en la mejilla por dos veces.

—Estás pálida.

—He dormido mal.

—¿Por qué?

—No sé. Tuve… pesadillas.

—Yo creí oír voces hacia las dos de la madrugada. Ya se lo dije a Gerald. Parece ser que él llegó tarde ayer.

—Sí.

¿Dónde estaba? Nunca salía tan temprano. Casi siempre cuando ella se iba a la tienda, él quedaba leyendo el periódico. No preguntó. De hacerlo sería demostrar a Sandra que sus relaciones con Gerald no eran normales. Costaba trabajo llevar aquella vida en el hogar donde estaba la madre de él. Pero hasta la fecha había conseguido que Sandra no penetraba en su secreto.

—¿No comes tostadas?

—No tengo mucho apetito.

—Por lo visto, nadie tiene apetito en esta casa. Gerald tomó el café bebido. Estaba pálido y tenía los ojos enturbiados en sangre. Y creo, Grey, que dejas a Gerald en demasiada libertad. —Y natural—: ¿Por qué no vendes o traspasas la tienda?

Nunca se lo había dicho y le extrañó.

—Me gusta la tienda. Además fue de mamá y sé que a ella le gustaría conservarla.

—Sí, querida. Comprendo tu sentimentalismo, pero estás casada, y estoy segura que tu madre, por su marido, también la hubiera vendido.

—Gerald nunca me dijo que la vendiera.

—¡Oh, es claro! Gerald no quiere forzarte, pero yo conozco sus gustos. Nada me ha dicho al respecto, pero… Hoy mismo, si no fuera la tienda, supongo que no le permitirías ir solo a Londres.

Quedó como anonadada, pero Sandra no se dio cuenta. Gerald se había ido a Londres. ¿Por cuántos días? Sandra creía que ella lo sabía… Bien, nada le diría.

—Tal vez más adelante —dijo—, decida venderla. Pero mientras no tenga un hijo…

—De todos modos yo observo que Gerald pasa la vida fuera de casa que es esta. ¿No te inquieta eso?

Mucho. Los celos la aniquilaban, pero Sandra nunca podría saberlo. Ella amaba a aquella dama que se cuidaba de ella como si fuera su propia hija, pero no podía decirla que se encontraba impotente para hacer feliz a su hijo. Sandra no debía sufrir por ellos y en tanto ella pudiera evitarlo, no sufriría.

—Los negocios, mamá…

—Mi marido era un hombre de negocios, Grey, y, no por ello me dejaba en casa cuando él salía.



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